Parece ser que actualmente la palabra matrimonio es anticuada, poco aceptada.

Hoy en nuestros días, en los que las tasas de divorcio son alarmantes, el matrimonio asusta a los jóvenes, quienes viven esta era, en la que la ideología de la individualidad prevalece, dejando atrás el concepto tradicional de la familia. No quiero parecer impositiva hablando de este tema y lo escribo con todo respeto hacia las personas que prefieren la soltería; solamente me gustaría compartirles mi experiencia de vida.

Me casé en los años 90s a los 24 años, siendo una profesionista con un futuro prometedor, en aquellos tiempos en los que se recomendaba disfrutar tus mejores años y desarrollarte en tu profesión; lograr independencia y ahora sí, casarte. Yendo contra corriente (o al menos así lo sentía), acepté la propuesta de mi intrépido novio, nos casamos sin tener un futuro planeado, con nuestros sueños como patrimonio y como aval nuestro amor. Fue así como iniciamos la aventura de nuestra vida juntos, nos casamos. Recuerdo, como si fuera ayer, la primera noche en nuestra casa de renta con apenas algunos muebles, nos dormimos abrazados soñando con nuestro hijo y nuestro futuro juntos. Pronto nos adaptamos a nuestra nueva vida, cocinábamos, hacíamos labores, reíamos y así pasaron los meses de embarazo. El proceso de acoplamiento fue sencillo, acordamos siempre hablar con franqueza respecto a nuestros sentimientos y no guardarnos secretos. Luego llegó nuestro primer hijo. Nos preguntábamos, ¿acaso era real?  Nosotros, los jóvenes que hasta hace poco éramos románticos novios, ¿ahora éramos padres de esa pequeña persona que nos miraba con curiosidad y amor, aun sin conocernos?  

Poco tiempo después, llegó la primera fiebre, la primera sonrisa, la primera caída. Pero siempre encontramos apoyo uno en el otro, creciendo en experiencia y asumiendo responsabilidades compartidas. Y ese mundo de individualidad que conocíamos, se transformó rápidamente en amor y compromiso; y ya no era solamente ese amor hacia la pareja, había algo más, algo que fue creciendo en una forma imperceptible; así es, sin darnos cuenta, ya teníamos realmente una familia y, no era que no nos interesaban otras cosas u otras personas, pero nos cuestionamos: ¿por qué ir con extraños cuando tienes personas tan cercanas que te aman y necesitan de ti? Hicimos ajustes para dividir nuestro tiempo personal y de familia, siendo ésta siempre nuestra prioridad.

Y pasaron los días, meses y años entre cosas sencillas y cotidianas; una sonrisa, una mirada y todos, fuimos uno.

¡Ah! pero eso no es todo, porque luego el pequeño retoño quería un compañero de juegos y así es como llegó nuestro segundo hijo. Se duplican las risas, los ratos amenos y, no hay porque omitirlo, también las fiebres y los sustos.

Pero todo es tan perfecto. Días de sol, lluviosos, fríos, calurosos, nostálgicos, estresantes, pero todos ellos llenos de energía, vitalidad, y simplicidad, pues ya teníamos un excelente equipo cuyos valores principales eran el compromiso, el respeto y la solidaridad, todo por una sencilla razón, el amor.

Se me pasaba platicarles que ambos logramos realizarnos profesionalmente, por lo que creo que no es acertado, como muchos piensan, que la familia demerita o limita tus metas personales; por el contrario, la familia es el motor que alimenta tus proyectos y cuando te sientes triste o frustrado, sacas fuerzas para seguir adelante, con el apoyo de tu “equipo”.

Ahora estamos aquí, mi esposo y yo, luego de 28 años de matrimonio, aunque hemos pasado etapas emocionales difíciles, logramos superarlas respetando nuestro primer acuerdo de hablar con franqueza; nuestros hijos son adultos y empezamos a disfrutar esta nueva etapa de nuestras vidas. 

Por ejemplo, un pequeño proyecto de remodelación de nuestra habitación nos hizo revivir el tiempo y el espacio en el que iniciamos. Mismo entusiasmo, sentimientos de esperanza, expectación de nuevos tiempos. 

Así es que, en esta etapa de mi vida, puedo decir con orgullo que soy una persona anticuada que cree en el matrimonio y la familia como base de nuestra sociedad.

En la actualidad se promueven mucho los valores como la empatía, amor por los animales, los desvalidos; se priorizan los movimientos sociales, se promueve el individualismo, lo cual es totalmente válido, pero, no hay que demeritar el valor del matrimonio.

Sencillamente, a la vanguardia de los tiempos actuales, el concepto legal del matrimonio ha cambiado, pues ahora el Código Civil Federal lo define como: “la unión libre de dos personas para realizar la comunidad de vida, en donde ambos se procuran respeto, igualdad y ayuda mutua”.

Ahora bien, aplicado este concepto en la vida real, podríamos transformarlo en una bella experiencia, pues convivir voluntariamente con una persona como en este caso tu pareja y, si así lo deciden, tener hijos,  educarlos, mantenerlos económicamente y guiarlos en su vida, te permitirá, en todos los aspectos de tu existencia,  poner en práctica los valores que antes mencioné; ser empático, sociable, resiliente, solidario, humanitario, etc. 

En conclusión, a las nuevas generaciones les digo:  No teman apostar por una persona que les agrada, les divierte y vela por sus sueños; se preocupa por ustedes, les genera confianza y hace sencillamente todo más fácil, porque cuando menos se den cuenta habrán pasado la mitad de su  existencia con esa persona que eligieron, disfrutando el camino de la vida con felicidad y plenitud.

Lic. Trinidad Flores

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