Conforme ha transcurrido el tiempo he llegado a la conclusión de que, si existe un ideal por alcanzar, es vivir de acuerdo a nuestros sentimientos, dejando de juzgar y de ser afectados por los juicios de otros, comprendiendo que cada quien tiene la vida que ha elegido.
Es entonces que logramos entender la importancia de tener paz y tranquilidad, de vivir sin miedo, de hacer en este momento lo que alegra el corazón y nada más. Cuando lo descubrimos nos invade una satisfacción plena, la verdadera felicidad; es lo que podríamos definir como éxito.
La búsqueda del éxito es la maestra de las cosas pequeñas. Con mucha frecuencia sucede que no disfrutamos u obsequiamos detalles, justamente porque nos parecen insignificantes: nos privamos de realizar buenas acciones, tales como regalar una sonrisa, porque parecen nimiedades, cayendo en la trampa de creer que no vale la pena y, al final, se nos pasa la vida sin hacer nada.
Contrario a lo que algunos puedan pensar, sonreír a alguien vale mucho; personalmente considero que la importancia de un acto no se mide por el esfuerzo que implique realizarlo, sino por el valor que te agrega; es eso lo que realmente te convierte en una persona de éxito.
En los últimos meses he escuchado mencionar, con cierta frecuencia, un concepto que, debo admitir, es nuevo para mí: realmente nunca lo había escuchado y, por lo tanto, desconocía por completo a qué se refería la palabra resiliencia. Mi primera impresión, de acuerdo a la forma en la que los medios de comunicación y las personas la utilizaban, fue que se trataba de algo malo; quizás que hacía referencia a algún tipo de encierro. Finalmente decidí no suponer más y acudí al diccionario. Grande fue mi sorpresa al darme cuenta de que no estaba ni cerca de su verdadero significado:
En psicología, es la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas, como la muerte de un ser querido, un accidente, etc.
La capacidad que tiene una persona o un grupo, de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro. En ocasiones, las circunstancias difíciles o los traumas permiten desarrollar recursos que se encontraban latentes y que el individuo desconocía hasta el momento.
Entonces, ¿qué significa ser una persona resiliente? Es desarrollar la capacidad de sobrevivir a las adversidades. Desde la Neurociencia se considera que las personas más resilientes tienen mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés, soportando mejor la presión. Y ¿cuáles son las cualidades, aptitudes o habilidades debo tener para ser una persona con resiliencia?
- Autoconocimiento. Ser una persona resiliente pasa por hacer un ejercicio de introspección, es decir, debes ser capaz de observarte y conocerte a ti mismo.
- Motivación. ¿Has descubierto las razones que verdaderamente te impulsan a realizar cambios en tu vida?
- Autocontrol. Hoy no tienes pretexto de comer mal o no hacer ejercicio, por falta de tiempo, porque has caído en cuenta que son solo excusas y que solo depende de ti.
- Confianza. Me encanta pensar que somos capaces de confiar, que podemos desarrollar la certeza de que todo saldrá bien y que existe una mejor versión de nosotros mismos como personas integrales.
- Relaciones sanas. En este punto debes responderte, con sinceridad, la siguiente pregunta: ¿has saneado tu relación con tu pareja, tus hijos, tus padres, tus hermanos? ¿Te has dado cuenta de cuán frágil es la vida? Es importante estar conscientes de que, de un momento a otro, todo puede cambiar; que, por tanto –entre otras cosas–, no vale la pena alimentar rencores y que, si estás bien contigo mismo, podrás estar bien con las personas que te rodean.
- Optimismo. Esta es la principal de todas, saber que aunque llueva siempre llegará la calma y que aún durante la lluvia puedes deleitarte con el arcoíris.
- Humor. Este punto lo resumo en: reír, aprender y crecer.
Aclaradas estas definiciones, quiero enfocarme especialmente en esta frase que llamó mi atención en la descripción de resiliencia: superar la adversidad, pues se ha aplicado a nuestro contexto actual, el que estamos atravesando por la contingencia sanitaria. Sin embargo, ¿acaso no superamos adversidades día a día, incluso desde antes del confinamiento? Porque todos los días creemos saber qué va a pasar mañana, cuando la verdad es que no tenemos la menor idea; es decir, podemos despertar con la firme convicción de que será un buen día y, de la nada, suceda cualquier tragedia o eventualidad desfavorable.
Por lo tanto, ¿cuál es hoy la diferencia? ¿Es, acaso, el hecho de que no podamos cruzar por una puerta? ¿O que no puedas regresar a ese lugar en el que te escondías de ti mismo? Si lo expreso de esta manera es porque pareciera que, lo que más miedo nos da de todo este proceso, es enfrentarnos al autoconocimiento: el decir de mucha gente es que odian estar encerrados y se sienten frustrados, enojados o deprimidos.
Personalmente he llegado a considerar esta situación como una oportunidad para aprender a convivir en familia y aprender a conocernos como padres, cónyuges, hijos, hermanos o amigos. ¿Por qué debería causarte un dolor emocional estar «veinticuatro-siete» con tu familia? Y, lo más importante, ¿por qué tendría que representar un suplicio estar ese tiempo contigo mismo? Quizás se deba al hecho de que tenemos más posibilidades de enfrentarnos con situaciones que antes siempre habíamos eludido o rehuido.
Es probable que anteriormente no te gustara tu relación con tu pareja, puesto que sólo podían convivir una hora al día, se decían unas palabras rápidas en el desayuno y unas cuantas más al concluir la cena. Y, entre el torbellino que representaba la rutina, los sentimientos quedaban de lado.
Hoy por hoy, sin embargo, estás con él o ella los siete días de la semana, porque en este momento no existe el conveniente pretexto «debo irme», o «se me hace tarde». Ahora tienes que estar con esa persona que elegiste; ¿te gusta lo que ves? ¿Estás feliz con la decisión que tomaste? Si es así, ¿cuándo fue la última vez que le dijiste «te amo»? Si no lo dices, ¿es porque ya no lo sientes o porque se te olvidó cómo decirlo?
Esta atípica situación que nos mantiene en casa puede ser la oportunidad que necesitabas para analizar tu vida y determinar si eres feliz con lo que actualmente tienes. Si lo eres, entonces es el momento de agradecer y saberte tranquila o tranquilo por las decisiones que has tomado.
Ahora bien, si tienes hijos, ¿qué es lo que estás aprendiendo de ellos? Hace días, una amiga me compartió lo siguiente:
He podido presenciar cómo va creciendo mi hijo y es algo que le agradezco infinitamente a este encierro, porque antes no lo veía. En este tiempo he visto cómo los pantalones le van quedando chicos, cómo se comporta y cuánto crece.
Durante este tiempo de confinamiento, mis hijas han aprendido a convivir más entre ellas y, aunque hay seis años de diferencia, hoy se sientan lado a lado para tomar clase y se ayudan –algo que nunca pensé ver–; desayunan juntas, pelean menos y se apoyan más. Han aprendido que antes de ir al comedor para tomar clase, deben haber arreglado su cama, haberse bañado y desayunado; que deben ayudar en poner los platos y cubiertos en la mesa y lavarlos al terminar. Incluso han aprendido a cocinar, a lavar baños, barrer, trapear y sacudir, puesto que nadie externo ha podido ocuparse de estas labores.
Esta contingencia nos ha hecho regresar a los tiempos de nuestra niñez, cuando nos reuníamos frente a una sola televisión para cerrar el día mirando una película o programa elegido bajo la aceptación de todos o en consenso mayoritario.
En lo particular, esta situación me ha servido para valorar, entre otras muchas cosas, la labor de los maestros, porque ahora me toca a mí ser la gendarme cada mañana: la que cuida que mi chiquita no se levante diez veces al baño, ponga atención a la clase y realice las actividades que corresponden.
De igual manera, me he percatado de que nuestra situación financiera ha mejorado al reducir los gastos que implicaban los traslados, los paseos con sus respectivas compras, las comidas fuera de casa, entre muchos otros; el dinero alcanza para más cosas porque sólo se está utilizando para lo indispensable para subsistir y no para tener fotos que publicar en las redes sociales.
Haz tus cuentas: ¿cuánto dinero has ahorrado en estacionamientos y restaurantes de fin de semana y la gasolina del día a día? ¿Cuánto al evitar comprar cosas que no necesitas? Incluso, mi hija adolescente ha dejado de pedir cosas superfluas porque ha desaparecido la urgencia de tenerlas. Y quizás la preocupación más grande para las grandes empresas y marcas de lujo es que probablemente una gran cantidad de personas hemos abierto los ojos respecto a que, en realidad, no necesitamos de muchas de las cosas que nos venden.
Con esto no quiero decir que no debemos gastar; en lo particular estoy completamente a favor de hacer circular el dinero. No obstante, ahora analizamos en qué rubro nos conviene hacerlo; qué es lo más importante ahora.
He reflexionado mucho en este año que ha transcurrido, dándome el tiempo de conocerme, de aprender, de capacitarme y valorar muchas pequeñas cosas que antes subestimaba: ver los pisos brillando de limpios; armar un rompecabezas en familia; intercambiar opiniones sobre cuál película veremos esta noche; dedicar tiempo para mí.
Por lo tanto, cuando me preguntan si estoy cansada de estar encerrada, les contesto que me siento agradecida porque tengo un trabajo y puedo dar trabajo; porque convivo con mi familia día y noche, sin prisas; porque he visto a mis hijas jugar con juguetes nuevamente, pues la tecnología ya les aburrió –lo que jamás pensé que llegaría a suceder. Porque puedo estar cómoda en mi atuendo diario, sin tener que vestir de oficina o para tener una buena imagen ante los demás y no tengo que pasar horas en el espantoso tráfico de la ciudad. Porque puedo consentir a mi familia preparando las tres comidas del día… y a veces más. Porque ahora tengo tiempo de pareja, de madre, de escuela y de trabajo: todo bajo el mismo techo.
Sé que cuando lo peor haya pasado la vida no volverá a ser la misma; van a cambiar muchas cosas, y los cambios suelen infundir temor. No obstante, con toda convicción puedo concluir con la siguiente frase: «Sí, tengo mucho miedo del porvenir, pero me levanto y sigo peleando, porque mi esperanza y mis ganas de vivir son más fuertes que el miedo a morir».
Esto, para mí, es la resiliencia.
Te invito a leer mi libro “Mis tres pilares en las ventas” disponible en Amazon Kindle.
Alejandra Fernandez
Profesional en el área de Ventas y Finanzas
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