“Aquello que alguna vez disfrutamos y amamos nunca lo perderemos, porque todas las cosas que amamos profundamente pasan a formar parte de nosotros”.
En diciembre del 2019 en la ciudad de Wuhan se detectaron los primeros casos de personas infectadas por SARS-CoV-2, virus que desarrolla la enfermedad de Coronavirus (COVID). La falta de conocimiento sobre la enfermedad conllevó a que rápidamente se convirtiera en una pandemia. Lo que empezó en Wuhan logró llegar a cada país y ha afectado a millones de personas sin importar su nacionalidad, nivel socioeconómico o edad.
La crisis sanitaria ha traído consigo la necesidad de crear distanciamiento físico entre la sociedad. Lo que en el 2019 dábamos por hecho, para el 2020 ya no era así. Pasamos de tener reuniones, trabajo y clases presenciales a hacer absolutamente todo en línea… y aún así, los contagios no cesaron.
Si bien el COVID nos ha enseñado lo vulnerables que somos ante la naturaleza y que un virus microscópico tiene la habilidad de desestabilizar a una sociedad entera, este aprendizaje viene acompañado de la pérdida. ¿Por qué?, porque el COVID nos ha quitado algo a cada uno de nosotros, para algunos fue su fiesta de graduación, la oportunidad de conocer a sus nuevos compañeros de clases, algún viaje, su trabajo o un ser querido. Probablemente muchos de nosotros en su momento pensamos “esto no llegará a mi casa” ó “todos estamos sanos, no nos afectará”, sin embargo, para millones de nosotros no fue así.
Cuando me invitaron a ser parte de este gran proyecto decidí aprovechar el espacio para contar mi historia y la de mi familia. Si alguno de ustedes aprende algo de ella o crea un poco de empatía sobre el tema, encontraré algo positivo dentro de todo el dolor con el que escribo estas palabras. Además, me encanta escribir y me parece reconfortante hacerlo sobre mi papá, una de las personas que más amo en la vida.
En mi familia éramos cuatro personas: mi mamá, mi papá, mi hermana menor y yo. Recuerdo que cuando comenzó la cuarentena me daba tranquilidad que ninguno de nosotros pertenecíamos a un “grupo vulnerable”, todos nos considerábamos fuertes para combatir el virus en caso de llegar a contraerlo, sin embargo, no fue así.
A pesar de tomar muy en serio y seguir al pie de la letra todas las medidas sanitarias, en enero del 2021 el virus llegó a mi casa. No sabemos cómo ni sabemos por qué, pero mi papá se infectó. Todo pasó muy rápido, recuerdo que un jueves en la noche mi papá empezó a tener fiebre y dolor de cuerpo y se encerró inmediatamente en su habitación por miedo a que fuera COVID y nos infectara a todos. Al siguiente día se hizo la prueba PCR y llegó el resultado: POSITIVO.
Cuando me avisó que había resultado positivo para SARS-CoV-2 sentí una presión en el pecho, la más horrible que he sentido a lo largo de mi vida. Me puse a llorar y sentí mucho miedo… luego pensé: mi papá es la persona más fuerte que conozco. Si solamente se raspó la rodilla cuando se cayó por accidente de la placa de mi casa al piso… esto no será nada.
Los días pasaron, mi papá estaba en casa con todos los cuidados y medicamentos necesarios, pero a pesar de eso no mejoraba. Tres días después del diagnóstico empezó a tener dificultades para respirar y no lograba mantener su saturación de oxígeno, así que en el hospital le dieron un tanque de oxígeno. Las primeras horas con el tanque se sentía muy bien, hasta quiso hacer una videollamada con sus hermanas y papás. Sin embargo, ese día en la noche, todo empeoró. A pesar de tener conectado el tanque en su mayor potencia, su saturación estaba por debajo de los 80. Por lo tanto, fue necesario ir de regreso al hospital para que le brindaran la ayuda que en casa ya no podíamos darle.
Durante todos esos días mi papá no dejaba que mi hermana y yo lo viéramos, porque le daba miedo que nos contagiáramos. Recuerdo que cuando se lo llevaron bajé rápidamente y me asomé hacia la calle para alcanzar a verlo mientras la camioneta salía de la cochera. El tenía una gorra color negro, sus lentes de aumento e iba con los ojos cerrados… Fue la última vez que lo vi.
Después de 10 días intubado, recibimos la llamada del doctor diciendo “hicimos todo lo que se pudo”. Cuando escuché esas palabras, me tiré al piso y lo único que salía de mi era la palabra “no”. Grite y grite hasta más no poder. No entendía cómo era que él ya no estaba. Todo se volvió muy borroso en mi memoria a partir de ahí. El dolor era tan grande que no podía respirar, lloré tanto que mis párpados sangraron y dejé de comer por un buen tiempo.
Después de su partida no dormí por 48 horas. La primera mañana que me desperté, abrí los ojos, pero no podía mover mi cuerpo. Lo único que pensaba era: “este es el primer día de mi vida sin él existiendo, no quiero continuar sin él”. Mi mamá a pesar de que estaba inexplicablemente desconsolada fue y me consoló, me dijo algunas palabras que me ayudaron a levantarme esa mañana.
Al paso de los días estaba enojada, enojada conmigo, con los doctores, con el virus y con toda persona que estuviera enfrente de mí. Lo único que pensaba era ¿Por qué él? y ¿Por qué no me fui yo? Él era una persona maravillosa y un papá extraordinario, el que lo conoció no me dejará mentir. Sentía que él agregaba más en el mundo de lo que yo podría aportar.
Luego de dejar de hacer todo lo que antes me hacía feliz, dejar de comer, dejar de reír y de disfrutar… vi un mensaje que él me había mandado hace unos meses, el cual decía:
“gracias al Señor por darme la oportunidad de guiar a una mujer tan fuerte y talentosa, que con método y sistema reta todo a su alrededor (desde bebé) con curiosidad y la intención de mejorar las cosas. Trasciende y haz que las personas a tu alrededor también lo hagan, sigue impactando positivamente a todo el que te rodea y no te contamines de gente mediocre que se siente amenazada con tu luz.”
Me llegó al corazón y sentí que me inyectó completamente de energía.
Sin duda alguna, enero fue el peor mes de mi existencia y no hay un día que no llore su partida. Sentí que con él se fueron todas esas ganas de vivir. Sin embargo, en vida me enseñó a ser fuerte y buscar mi felicidad. No ha sido algo fácil porque él era único, con él me sentía segura y amada. Me hacía sentir que yo era capaz de hacer cualquier cosa que se me ocurriera y me retaba siempre a ser mejor. Literalmente mi momento favorito de la semana era cuando le contaba lo que había hecho y platicábamos sobre cualquier cosa. Era increíble platicar con él, podías hablarle de cualquier tema porque de todos sabía algo y si no, lo leía y lo conversábamos después. Todos los recuerdos que tengo con él me hacen feliz y me ayuda a sobrellevar el día a día.
Muchas veces vienen a mi algunos pensamientos negativos como: ¿qué pude hacer diferente? o ¿fue mi culpa que se enfermara? Y sobre todo ahora, que los contagios están bajando y todas las actividades están regresando poco a poco a la normalidad. Me da felicidad que ahora son menos las familias que tienen que pasar por lo que la mía pasó, pero es difícil aceptar que todo está volviendo a la “normalidad” sin él.
Sé que se fue, pero yo me quede aquí y aquí es donde debo estar. Vivo con la esperanza de que lo veré en algún momento de nuevo, mientras tanto, intento tener al menos pequeñas victorias durante el día. Si al menos sonrío, me doy por bien servida. Antes estaba SOBREVIVIENDO, mi objetivo ahora es VIVIR.
Las personas que trascienden a una vida eterna se vuelven parte de nosotros, mi papá vive en mí a través de todo lo que me enseñó. Doy gracias por la oportunidad de ser su hija, porque todo el amor que me dio en vida vale totalmente el dolor que siento por su partida. Me hizo absolutamente feliz.
Escribo mi historia porque tal vez tú has pasado por algo parecido y te quiero decir: NO ESTAS SOLA. Todos los sentimientos y pensamientos que tienes son válidos, estas sufriendo y esta BIEN. No escondas tu dolor, llora lo que tengas que llorar… pero cuando te sientas lista LEVÁNTATE.
Está bien pedir ayuda cuando todo se vuelve difícil, si te sientes lista acércate a un psicólogo/a, tu dolor ahí seguirá, pero lograrás aceptarlo y manejarlo.
Soy psicóloga, y te ofrezco totalmente mi apoyo si necesitas alguna asesoría o saber sobre algún centro donde puedas recibir ayuda. Te dejo mis redes sociales:
Karla Marisol Gutiérrez Garza
Psicóloga con trayectoria en Neuropsicología Máster en Neuropsicología Clínica en ISEP Madrid
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