¿Y cómo no va a ser el mejor? Si estoy al cuidado de las personas que más amo en este mundo. Sí, soy empleada de tres chaparritos que me aman igual que yo a ellos. Mis patrones me aceptan tal y como soy. A veces, ando despeinada, sin bañar y en pijama, y eso a ellos no les importa. Igual me abrazan y besan como si fuera yo la ejecutiva más atractiva del mundo.
Otras veces, (cuando me da el tiempo) me pongo guapa y ellos, mis «jefes» siempre me dicen ¡WOW! ¡Qué bonita te ves! ¡¿Qué jefe te dice eso?! O bueno, si me lo dijera no creo que lo aceptaría con tanto gusto como con el que recibo el cumplido de uno de mis hijos.
En mi empleo actual tengo días en los que simplemente no quiero hacer nada. Me levanto y decido no preparar comida. Me voy y compro un pollo rostizado y mis «patrones» se lo comen con un gusto enorme. No me andan diciendo que por qué no preparé esto o lo otro. Yo tengo el poder de decidir qué van a comer ese día y ellos tienen la obligación de comérselo.
¡Qué lujo tener este empleo!
Mis «superiores» nunca me reclaman nada. Y si lo llegan a hacer, basta con que les levante una ceja en señal de: ¡Piensa bien lo que me vas a decir!, para que ellos se retracten inmediatamente y me digan: ¡Era broma, mamá! ¿A poco te la creíste? (Aunque yo sepa que era en serio).
Solo en este empleo tengo el privilegio de regañar a mis jefes. Tengo la fortuna de poder moldear sus actitudes y como los conozco muy bien también tengo la bendición de saber sus debilidades y fortalezas más de lo que ellos se lo imaginan. Mi trabajo es fácil. Basta con entregar todo el amor con el que mi corazón cuenta, no tengo que hacer ningún esfuerzo. Veo a mis «patrones» con tanto cariño que no me cuesta pasar uno (o muchos días) lavando y doblando sus calzones. Soy verdaderamente afortunada. Mi oficina (o sea mi hogar) está como yo decido. Acomodo las cosas como mejor me parece, organizo como yo quiero, y hago lo que decido es mejor para todos.
No tengo que esperar a que mi jefe me autorice tal o cual cambio en mi rutina laboral. En este trabajo, yo la empleada soy la que pongo las reglas y mis tres pequeños jefes las tienen que seguir. En estos años, o sea, en los años en que ellos son niños y su infancia todavía está bajo mi protección y cuidado, tengo un poco más de control sobre la vida de mis tres cachorritos. Después, tal vez después empiecen a no necesitar tanto de mis servicios. O más bien mi tipo de trabajo cambiará. Probablemente ya no vayan a necesitar que les enjabone bien las rodillas y los codos o que cheque que la playera que se pusieron no tenga la etiqueta en el cuello.
Un día oiré que le bajan al escusado y me sorprenderé de saber que por primera vez no escuché el eterno ¡MAMÁ, ya terminé! En ese momento diré ¡listo! Punto tres mil cuatrocientos cuarenta y seis (de los ocho mil trescientos doce que tienen que hacer): aprender a limpiarse después de ir al baño: Check
Cuando nos sentamos en la mesa y platicamos de su futuro siempre les digo que busquen un trabajo que harían aún sin un peso de paga, una profesión que los haga tan felices que todos los días se sientan bendecidos de poder ejercerla.
Una carrera universitaria que los lleve a desempeñar el trabajo que hará que sus minutos y horas en la oficina, en la fábrica, en las juntas, sean tan breves que no sientan el paso del tiempo, pero, sobre todo, deseo que hagan eso que les llene el corazón de satisfacción, y que por la noche se acuesten pensando cómo hacerlo mejor, cómo dar más cada día. Cómo dejar huella en lo que hacen, para trascender en eso que eligieron hacer.
Sin duda y también sin elegir tengo la mejor profesión. ¿Planeé algo diferente en mi pasado? SÍ. ¿Me vi haciendo otra cosa en mi futuro? SÍ. Pero Dios y la vida me pusieron en este puesto. En el que tengo a mi cargo vidas, sueños por cumplir, futuros inciertos y corazones llenos de ilusiones. No era lo que tenía en mente, es cierto. Pero no me quejo, si quería un puesto importante lo tengo. No existe otro puesto más trascendental que este que se hace cargo del futuro de alguien más. Además, no hay reemplazo en mi «posición laboral», no existe otra YO que pueda reemplazarme.
No hay nadie más en este mundo que dé el 100% por estos jefes que me tocó atender. Y, por si fuera poco, mis patrones tienen la fortuna de saber que yo no estoy sola en esta enorme tarea.
Cuento con un socio que me apoya y me anima cuando no veo que las cosas van saliendo como yo quisiera, mi socio me llena de esa tranquilidad que solo tu pareja te puede dar. Me echa porras cuando hay días malos y siento que todo lo hago mal. Cuando veo que las cosas no van saliendo bien, cuando me siento triste o cansada o cuando por las tardes me urge un descanso, él sale «al quite» para terminar de atender a estos tres patrones que acabaron con mis pilas antes de que el sol se metiera. Además, me escucha atentamente (o al menos eso creo) y me dice si mis preocupaciones son tan malas como yo creo o simplemente me estoy dejando llevar por la fatalidad. Hay días malos, claro que sí.
También tengo semanas malas. Sin embargo, por mi cabeza nunca pasa la idea de ser despedida. Siempre tengo una segunda, tercera, cuarta, quinta, etc. oportunidad de reivindicar lo que considero hice mal. Prácticamente todos los días puedo intentar mejorar mi desempeño laboral y estoy muy consciente de eso porque no existen ilusiones de repuesto ni refacciones que arreglen un corazón o ilusión rota por mí, por eso, mi trabajo es tan trascendental.
Puedo impulsar o destruir en un segundo los sueños de lo que más amo en este mundo. ¡¿En qué trabajo tienes este tipo de responsabilidad?! Y, para terminar, por cada día que desempeño mi labor con todo el amor que mi defectuoso corazón puede tener doy gracias infinitas a Dios y por poder compartir esta aventura de la vida llamada PROFESIÓN DE MAMÁ con el mejor y único ser humano que podría poner equilibrio en este caos que juntos hemos formado llamado familia: Mi esposo.
Adri García
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