Hola a todos, mi nombre es Claudia Fabiola Uribe Palacios actualmente soy médico adscrito al Hospital general regional número 1 del IMSS en la ciudad de Querétaro en el área de urgencias, tengo 39 años y soy mamá de dos, Nicolás y Victoria de 1 y 8 años respectivamente. Les quiero contar parte de mis vivencias como médico de urgencias, mujer y madre en estos últimos 14 meses en los que una pandemia vino a trastornar la vida de todos;  al principio, como a todos, la noticia me cayó como balde de agua helada, mi segundo hijo tenía 3 meses de nacido y yo recién regresaba a trabajar después de la incapacidad por maternidad, se escuchaban los primeros casos y el temor entre todos empezaba a crecer y la tensión en el ambiente también, nuestro hospital se convirtió en híbrido, es decir, atender todo tipo de pacientes, COVID y no COVID, por lo que él área de urgencias operaba de manera habitual, mientras se re-organizaba un área especial para los pacientes con sospecha o enfermedad confirmada por COVID.

En el 2009 mientras yo hacía el primer año de mi especialidad se vino la epidemia de influenza H1N1 que finalmente tuvo una mortalidad muy elevada y nos tomó por sorpresa, pero en aquel entonces el poder de las redes sociales no era tan monstruoso como ahora y poco se supo de lo que significó ese periodo, el cual no fue tan prolongado como ahora. Todo ese aprendizaje fue de gran ayuda puesto que los protocolos estaban ahí, solo tuvimos que perfeccionarlos y saber cómo aplicarlos, iniciamos un camino difícil, los adiestramientos, las capacitaciones, volver a aprender y estudiar acerca de una enfermedad que literalmente nadie conocía, y al enfrentarnos a lo desconocido, venía atrás el miedo por no saber cómo actuar a ciencia cierta. 

Obtuvimos grandes conocimientos en la ventilación mecánica y eso ayudó mucho en esta ocasión, aunque no del todo porque COVID nos jugó muchas trampas de las que muchos no pudieron salir. 

Iniciaron los grupos COVID, grupos compuestos por líderes que entrábamos al área vestidos de pies a cabeza como si fuéramos astronautas ya que para vestirnos debemos portar una pijama quirúrgica de tela que debe quedarse en el hospital, y encima, un traje llamado tyvek, es un overol con capucha de polietileno, dos pares de guantes desechables, una mascarilla tipo n95 y goggles, esto durante un lapso no menor de 6 horas; suele demorar entre 15 y 20 minutos para colocarlo de manera adecuada, y entre 20 y 25 minutos para quitarlo, por lo que difícilmente puedes ir al baño una vez que entras ahí, evidentemente no pensemos siquiera en tomar agua antes de entrar al área o comer por que la oportunidad para salir es prácticamente imposible, así que entramos a trabajar en ayuno y con la vejiga y el intestino lo más vacíos que se puede. Imagínense, mi turno es matutino así que mi ayuno comienza desde las 22 horas hasta que salgo de turno alrededor de las 14 horas. 

Una vez adentro, el dolor a las dos horas de haber entrado comienza, primero la nariz y los pómulos por la presión de la mascarilla, después la cabeza por la presión de los goggles y el ayuno, comienza a dar un poquito de hambre pero esa se tolera y la acción comienza desde que pisamos el consultorio, al principio no había tanta gente, pero llegó un punto donde no nos dábamos abasto, en el consultorio de “Triage” que es donde se recibe a los pacientes y se clasifica su gravedad , llegábamos a tener hasta 3 pacientes al mismo tiempo porque necesitaban oxígeno, trabajamos contra reloj, y contra el sistema y contra la incredulidad de una población que pensaba que la enfermedad era cosa de otro mundo, de extranjeros o de ricos. Después del “Triage”los pacientes pasaban al área donde yo entraba al 100% en acción, él área de “Choque” donde se encuentran los pacientes más graves y es ahí donde él hambre y el dolor quedan suspendidos en el aire y la adrenalina se apodera del cuerpo, comenzamos a trabajar como si fuéramos una máquina perfectamente bien sincronizada, enfermería, médicos, camilleros, todos al mismo tiempo haciendo lo que nos corresponde para que esa persona que llegó a nuestras manos pueda en la medida de lo posible salir adelante lo mejor que pueda aunque el enemigo es muy grande, ahí es donde con un nudo en la garganta y un hoyo en la panza, ves los ojos de quien te pide que no lo dejes ahogarse. Ahí comienza otra de las labores más difíciles, la de avisar a los familiares lo que se necesita hacer, intubar a su paciente y conectarlo a una máquina para ayudarlo a respirar, colocar catéteres y sondas mientras esto pasa, pero no de frente, por teléfono por que no podemos arriesgarlos, y así transcurre el turno y cuando por fin da la hora de salir, el corazón va apachurrado y lleno de congoja, salir es otro reto por que debemos mantener la calma cuando en realidad quisieras arrancarte todo y salir corriendo a tomar una bocanada de aire fresco porque el dolor de cabeza es insoportable por el ayuno, por la mascarilla, por el estrés y finalmente sales a la calle camino a tu hogar. Mi día aún no ha terminado, llegando a casa, viene el ultimo golpe a mi día, ver a mis hijos y no poder tocarlos, el ritual de quitarte la ropa de hospital fuera de la casa, entrar en paños menores corriendo a la regadera para finalmente ir a besarlos hasta cansarme; les comento, soy mamá pro lactancia así que las que amamantan se imaginarán que además llega al punto de que casi explotan los pechos por que la leche se acumula.

Y a diario continúan las mismas escenas, unos días en el área de COVID, otros en el área de urgencias comunes, el miedo está presente acechando desde cualquier punto, hasta que en diciembre de 2020 dos días antes del cumpleaños de mi hija, se presentó lo inevitable, me había contagiado de COVID-19. La noticia me produjo coraje, miedo, y más al pensar en mis hijos. ¡No podía ponerme mal!  ¿Cómo iba a aislarme? Para entonces ya sabíamos un poco más de la enfermedad y sabíamos que la transmisión era por aerosoles así que decidí tener puesto mi cubrebocas Kn95 todo el tiempo y lavarme las manos lo más que pude, durante 14 días estuve con ellos 24/7. Por fortuna, ellos (mis hijos y mi esposo),  no se contagiaron y mis síntomas fueron muy leves. Ahora ya cuento con la vacuna y sigo en la primera línea de atención, los casos han bajado pero nuestra guardia no, nos hemos salvado hasta ahora de una tercera ola de contagios, por suerte, por las vacunas, por tener el gen Azteca, no lo sé pero esto sigue y seguirá.

Esta enfermedad se llevó mucho dinero porque era necesario comprar nuestro propio material porque a nivel mundial hubo escasez de todo y los precios subieron estrepitosamente, se llevó tiempo, se llevó amigos, familiares, nuestra estabilidad emocional en algún momento, pero nos dejó muchísimo una enseñanza invaluable a nivel profesional y a nivel personal; aprendí a valorar a los que amo y aprendí a cuidarme a mi misma, sabiendo que si yo no estoy bien, mi familia tampoco lo estará, que hago falta y ellos también, aprendí muchísimo de medicina y aprendí que la familia también está en el trabajo, nos dimos cuenta que necesitamos un cambio desde dentro, que debemos ser tolerantes, empáticos y sobre todo agradecidos. Aprendimos mucho, aprendimos a vivir.

Claudia Fabiola Uribe Palacios 

Médico especialista en urgencias, egresada de institución educativa por parte del IPN y de institución de salud por parte del hospital general regional de zona 1a venados del IMSS de la CDMX.