¡Hola de nuevo!
Me encanta que me lean y me encanta también tener la bendición de contar con espacios como este para poder compartir mis experiencias. Gracias de nuevo “Revista Reunión M”.
La depresión postparto, el estrés y retraso de lenguaje en los bebés.
Siempre me consideré una mamá “cantadora”, mis dos hijos mayores sabían miles de canciones de Cri Cri y otras más que mi mamá me enseñó y nunca olvidé. Los dos han sido muy vocales y su lenguaje ha sido fluido sin retrasos. Nunca hice conexión entre su desarrollo de lenguaje y mi constante interacción con ellos por medio del canto y de pláticas que obvio no entendían, pero si escuchaban.
Luego nació mi tercer hijo. Como ya lo había platicado antes, estuve navegando entre la depresión preparto y postparto, esta última fue menos porque me medicaron, pero existió. En esta ocasión me recuerdo viendo a mi bebé en su cuna sin articular una sola palabra, nunca lo desatendí, pero mi estado de ánimo no me daba para más. Pocas veces le cantaba y me limitaba a besarlo y acurrucarlo muy pegadito a mí. No puedo asegurar que debido a mi poca interacción es que él haya desarrollado un retraso en este, sin embargo, los estudios y libros que hablan de este tema me dan un indicio de que pudo haber sido alguna de las causas.
Sebastián tiene ya 6 años, pero yo lo noté desde que cumplió 1 añito de edad. Dicen que los hijos no se deben de comparar, pero hay “ventanas de desarrollo” que no se pueden ignorar tampoco. Su vocabulario era limitado y usaba muchos quejidos para pedir o decir algo. Primero lo checo su pediatra, luego un otorrinolaringólogo, después un neurólogo y finalmente decidieron ponerlo en un programa de apoyo para bebés con retraso de lenguaje. Descartaron autismo, problemas auditivos o neurológicos y solo me dijeron que sería algo que con apoyo mejoraría pronto.
El tiempo, los meses, la pandemia y los años pasaron y en efecto mejoró, pero yo que peco de mamá aprensiva nunca deje de insistir en buscar apoyo extra porque seguía viendo esa brecha -entre su desarrollo y el desarrollo de los demás niños de su edad- muy grande. Recuerdo que puse una alarma en mi teléfono con la leyenda “Sebastián tendrá problemas para aprender a leer si no prácticas”. Todas las noches nos sentábamos frente al espejo y articulábamos palabras para que su cerebro archivara correctamente los sonidos de las letras.
Primero me dijeron que era “confusión de lenguaje” porque era un niño que estaba creciendo en un ambiente bilingüe, luego lo volvieron a evaluar y agregaron el diagnóstico de “deterioro fonológico” esto quiere decir -según la terapeuta- que su cerebro ha guardado los sonidos de las letras de una manera incorrecta, algo así como si hubiera aprendido a caminar de manera equivocada. Sabiendo esto me dieron ejercicios en los que mientras nos mirábamos en el espejo decíamos el sonido de las letras tocando nuestro brazo o boca o nariz. Algo así como lenguaje de señas, pero incluyendo sonido. La idea es que con el tacto el cerebro de Sebastián estaría archivando de manera más fácil cada sonido. La verdad es que yo no soy terapeuta ni mucho menos, así que es muy probable que la información que te estoy dando este incorrecta o no sepa cómo explicarlo de manera clara. Me disculpo por eso. Mi intención es compartir mi experiencia en este camino de lenguaje con mi hijo menor.
Finalmente llegamos al reto mayor; kindergarten. En la junta de inducción nos advirtieron que para diciembre los niños deberían de estar leyendo enunciados completos y alrededor de esa fecha todos sin excepción -al menos de que haya algún retraso importante- deberían de no tener ningún problema para identificar todos los sonidos de las letras. A Sebastián no le sucedió como su maestra dijo que pasaría. Yo comencé a notar que me volteaba las letras al escribir su nombre, por ejemplo. Y aunque sabía los sonidos de la mayoría de las letras, al momento de repetirlas y juntarlas las volvía a voltear, de manera que al decir P A P A de forma individual terminaba diciendo APAP.
No había duda de que le costaba el doble o triple comenzar a juntar las letras. Era como si su cerebro no fuera capaz de acomodarlas de forma correcta. Además, seguía diciendo T en lugar de S y ya había personas que tenían que preguntarle varias veces lo que había dicho porque simplemente no le entendían, entre ellas, sus propios hermanos. Noté que se comenzó a sentir inseguro de hablar y algunos niños comenzaban a ignorarlo o incluso reírse cuando lo escuchaban hablar.
Para este momento deje de preocuparme por su nivel académico y mi corazón se volcó total y completamente hacia lo emocional. Siempre he creído que un niño seguro y feliz es un niño que puede aprender y si mi hijo se sentía inseguro entonces todo se le complicaría más.
Finalmente le tocó su cita anual con su pediatra y me preguntó sobre su desarrollo en el lenguaje (ella siempre estuvo al pendiente) y después de explicarle todo lo anterior me dijo que lo más probable es que fuera dislexia.
Hoy Sebastián acude a terapia dos veces por semana por la tarde y por la mañana recibe apoyo en su escuela con otra terapeuta de lenguaje, tiene tareas especiales y yo intento desde mi conocimiento ayudarlo con ejercicios diarios.
Se que su camino por la escuela no será recto, enfrentaremos curvas, subidas y bajadas y quizás algunos baches inesperados, pero no nos detendremos. Sin embargo, de vez en cuando me sigo preguntando si esa falta de comunicación de mi parte al inicio de su vida tuvo algo que ver con lo que él vive ahora o quizás no.
A continuación, te comparto algunas páginas que te podrían interesar, en ella podrás encontrar mucha información super útil e interesante…
Para todas las mamás que tenemos dudas…
Adri
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