Nunca supe -desde que me casé- lo que es crecer como familia y convertirte en madre junto a tu tribu. Me casé y me mudé a una nueva ciudad. Llegué sin amigas, ni familia y 13 años después sigo estando igual. Quizá te parezca raro que después de 13 años no haya consolidado una sola amistad y de alguna forma no haya logrado (después de tantos años) tener mi propia comunidad de amigas. La respuesta a eso es que nunca he podido vivir más de 6 años en el mismo lugar o país. Sí, desde que me casé he sido mamá nómada. 

 Como pasa en todo, haber “deambulado” por varias ciudades de México y en otras tantas de Estados Unidos me ha traído ventajas y beneficios tanto para mí como para mi familia, imposible de negar. Pero en esta ocasión me centraré en los retos que se me han presentado y -que no sé si de manera correcta o incorrecta- he podido superar. 

Todo comienza igual, es como un ritual. Al inicio no lo notaba, pensaba que las cosas fluían de tal manera que siempre era diferente. Pero no. Te explico. Llegar a una nueva ciudad sin amigas era el primer paso, luego le seguía conocer a mis vecinas. Si hiciera una analogía bien podría decir que cual conejo en su madriguera salía solo lo justo y necesario para conocer mi entorno y ver si en lugar en el que había instalado mi casa era de fiar. Primero asomaba las orejas (recuerda que soy un conejo) luego olfateaba el ambiente, sacaba un poco mi nariz y con mucha precaución asomaba poco a poco mi cabeza. Si tenía suerte y algún vecino se encontraba afuera lo estudiaba cuidadosamente y poniendo mi mayor esfuerzo y simpatía le regalaba una sonrisa de oreja a oreja como diciendo; “¡Hola! ¡Somos nuevos aquí y queremos conocer gente, tengo tres hijos y me encantaría que tuvieran amigos con quien jugar, amamos tener invitados en nuestra casa y yo busco una amiga con la que pueda platicar y confiar, espero que seamos amigos pronto!” obvio, eso es lo que MI CORAZÓN “grita” siempre que llego a un nuevo lugar. Pero para ser sincera agradezco que mi corazón no pueda hablar porque seguramente ese vecino jamás nos hubiera vuelto a saludar.

 El segundo paso es buscar una iglesia a la que podamos asistir y ya dentro tratar de entablar amistad con las familias que asisten. Tener amigos que tengan los mismos valores que nosotros siempre ha sido importante para mi esposo y para mí. Luego le sigue conocer a las mamás de la escuela. Los maestros, los entrenadores y en general a todos los adultos que tienen alguna conexión con mis hijos. Así que, mis hijos son algo así como el camino o puente que ayuda a relacionarme. Y eso está bien, porque quiere decir que tenemos los mismos intereses. El problema muchas veces es que entre más grandes son mis hijos más me cuesta encajar. Generalmente los “grupos” ya están formados y los niños de secundaria llevan una vida juntos. En cambio, cuando son pequeños todas las mamás cojeamos de la misma pata por así decirlo. Andamos como conejos recién salidos de su madriguera buscando quien podría ser parte de nuestra propia tribu. 

 Luego le sigue la consolidación, sí, el afianzar lo que iniciaste. Algo así como separar frijoles. Llego abierta a conocer de todo, pero en algún momento me voy dando cuenta de que no todas se amoldan a mis ideales y de la misma forma las demás se dan cuenta de que yo no amoldo a sus ideales y gustos. Y está bien también, no hay drama en eso. Pero mentiría si digo que no me afecta. A veces me hago ilusiones con alguna amistad en la que la única que le veía futuro era yo. De cualquier manera, siempre sigo adelante. Levanto mi radar de tal forma, que empiezo a darme cuenta de cuales mamis tienen verdadero interés en mí y cuáles no. En ese momento empiezo a enfocarme en esa amistad que a mi ver tiene potencial y futuro y pongo todo de mi parte para regar “esa plantita” para que florezca sana y feliz. 

Finalmente riego muchas plantitas, pero con el tiempo me voy dando cuenta que solo algunas florecen y dejo de insistir. Aplico muy bien eso de “al buen entendedor pocas palabras”; desisto de llamar, de invitar, de buscar, etc., porque me doy cuenta de que en realidad no hay interés mutuo. Aunque repito. Muchas muchísimas veces termino con mi corazón roto, no hay duda de que es un proceso que siempre me toca vivir.

Generalmente transcurren seis u ocho meses -algunas veces más- para que llegue hasta el punto de decir, ya está. Lo logré. La encontré o las encontré. Finalmente puedo presentarme cual soy, y no me refiero a que antes fingiera, no, me refiero a que puedo hablar de lo que me aqueja, de lo que me emociona, me puedo sincerar y en general me siento cómoda estando alrededor de esa persona o de ese grupo.

Cuando eso me sucede me siento muy afortunada. Mis días ya no solo giran alrededor de mis hijos y me relajo en mi búsqueda de esa tribu que tanto le hace falta a una mamá que por la razón que sea le tocó ser nómada en un mundo en el que cada vez es más difícil echar raíces profundas.

 En todos los lugares he logrado llegar a la última etapa. En todos he dejado amistades invaluables, sin embargo, me voy dejando ocho o nueve (no soy de muchas amigas porque prefiero pocas de verdad que muchas de mentiras) y con los años si tengo suerte permanecen una o dos. Lo entiendo y lo acepto, en la distancia todo es más difícil. Sin embargo, duele, siempre duele. 

 Hoy 13 años después de mi primer cambio me encuentro en la fase dos. Sigo con miedo, sigo temerosa de intentar de nuevo encajar, mi corazón ya no grita lo de siempre… Creo que, de alguna forma quisiera decirme “ya no lo intentes más, lo más probable es que te vuelvas a mudar” y apachurrado se de vuelta y regrese a su madriguera sin la más mínima intención de intentarlo de nuevo. Mi cerebro en cambio me dice que no, que siga sonriendo, que siga invitando y llamando y buscando porque mis hijos lo necesitan, porque es lo normal, porque de entre toda la gente de esa nueva ciudad debe de existir alguien que concuerde contigo y que se convierta en esa familia que tienes la dicha de poder elegir. Sin embargo, mi corazón cual animal lastimado dice NO, ya no…

 Mudarme en medio de una pandemia no me ha ayudado mucho. Tampoco el idioma y la cultura están de mi lado y la soledad se hace presente mucho más tiempo de lo que se hacía en el pasado. Llevando casi ocho meses en esta ciudad debería de estar más o menos en la fase tres o cuatro. Ya sé que dirás, “pero cómo tan “¡mecanizado!” pues es así! Si no me crees pregúntale a otra mamá que haya pasado por lo mismo y coincidirá en muchas cosas. Y créeme después de 9 mudanzas el camino que hay que recorrer en busca de mi tribu ya me lo sé de memoria. ¡Hasta lo tengo repartido en fases! 

 En fin, en esta ocasión, no es igual, no es lo mismo, nos separa un abismo… perdón me perdí. Esa es la canción. Bueno, la idea es que ahora, no he podido conocer a los maestros. La escuela y las actividades están solo abiertas a los alumnos, por consiguiente, no conozco a ninguna mamá, los vecinos salen y se meten corriendo. Los parques están más solitarios de lo que deberían de estar y en general la gente está más enfrascada en sobrevivir que en conocer nuevas almas. De la iglesia ni hablar, está tan desierta como que cuando he ido al entrar puedo escuchar mi propia respiración.

 Sí, de todas mis mudanzas esta es la que me ha costado más. El entorno y la pandemia me han complicado todo, mis hijos lo saben y lo sienten. Sé que podría hacer un esfuerzo extra e intentar más, buscar más, invitar más, pero algo dentro de mí está cansado. Debe de ser mi pobre corazón. Si eso es. Mi estado de ánimo no ha podido mejorar y pareciera que los días malos empiezan a rebasar a los días buenos cuando debería de ser lo contrario. 

No sé cuántas mujeres más en este planeta se sientan como yo, incluso en su misma ciudad, pero en una casa nueva, en donde entablar amistades se complica. No sé cuántas mamás luchan con el fantasma de la soledad que me acompaña de día y de noche y que se burla de mí cuando ingenuamente imagino que pronto, tal vez mañana, regrese a mi cuidad anterior y vuelva a estar junto a mi tribu que tanto extraño y que tanto me conoce.

Para terminar, quiero decirte a ti que estás lejos de los tuyos, a ti que crías y educas sin esa “comunidad” que se necesita, a ti que pasas tus días y tus meses sin entablar una conversación de adultos sin que esté una pantalla de por medio… que te entiendo y te siento. 

 Sé que hay gente que sin afán de lastimar no puede racionalizar el hecho de que teniendo “todo” no puedas estar inmensamente feliz. Y teniendo todo me refiero a salud, trabajo e hijos sanos o lo que sea tu prioridad. Sé que hay personas que no saben el proceso de adaptarse, el camino que hay que recorrer sin que muchas veces tengas un mapa. Sé que te llenas de valor, tomas a tus hijos, y te internas en el “bosque” que no tiene señalamientos, pero lo haces con toda la fe de que encontrarás esa compañía que tanto anhela tu corazón.

 A ti que eres valiente.

Deseo que Dios ponga en tu camino gente buena, personas que te ayuden a llevar tu duelo de la pérdida, que te impulsen a salir, a arreglarte, a reír y porque no, a llorar si hace falta. Deseo también que esa tribu que Dios y la vida ponga en tu camino sea de carne y hueso, sean personas que puedas tocar y abrazar y que toquen a tu puerta una mañana por el simple hecho de querer tomarse un café contigo y platicar… te deseo eso y más.

 Con mucho cariño y enviando un abrazo apretado de esos que duran 6 segundos -por lo menos- y que van cargados de empatía.

 Adri Garcia

Facebook: #blogmamade3

IG: @blog_mama_de_3