Hola, mi nombre es Alejandra, vivo en la ciudad de Apodaca en Nuevo León, México. Y me gustaría compartirles algo acerca de cómo veo la relación entre unos buenos hábitos de salud  y la felicidad a través de mi pequeña historia.

En estos momentos soy instructora de ritmos latinos, soy ama de casa con 3 hijos varones, en mi casa vivimos mi hijo el más chico, que tiene 19 años y mi esposo que ya llevamos 30 años de casados.

Nunca pensé que a mi edad de 51 años viviera las experiencias de ser instructora y convivir con cada alumna sus experiencias tristes y alegres. Hace ya más de 16 años fue cuando comenzó todo; vi un local donde bailaban y me gustó, al principio llegué ahí simplemente con la idea de buscar una distracción ya que pasaba por una etapa donde siempre me sentía mal, dolor de cabeza, molesta por todo, cansada de rutinas y que la mayoría de las veces sentía que nadie me entendía. 

En ese pequeño lugar donde vistiendo con lo que tenía en casa (short viejo, blusa holgada y tenis) empecé a tomar clases de ritmos latinos. Me preparaba todo el día para dejar la casa, ropa y comidas listas, así que mi tiempo, que yo había decidido tomar era solo mío. Un año transcurrió hasta que desafortunadamente cambiaron de locación y yo ya no pude continuar asistiendo. Busqué por varios lugares una clase parecida pero no tuve suerte hasta que después de varios meses una amiga me invitó a unas clases en un parque que eran gratuitas, el único inconveniente era de que las clases eran muy temprano (7:30 a.m.) considerando mis actividades como ama de casa; aun así hice todo lo posible para organizarme y me animé a tomar las clases; me encantó el lugar, la gente y obviamente las clases. Asistir asiduamente a las clases logró en mí un gran cambio, tal vez  no físico pero mis ánimos eran otros,  mi actitud y sobre todo ya no me cansaba tan fácil y sobre todo tenía energía suficiente para mi día regular. Es decir,  podía con mis clases, mi casa, mis hijos y mi marido jajaja me sentía muy bien. Así pasaron varios años donde formé grandes amistades. No es tan difícil, porque si estás determinada a cambiar tu vida desde tu entorno nada es obstáculo. 

En todo ese tiempo hubo cambios de clases de maestros pero yo no dejaba a un lado ese preciado tiempo solo para mí. Así que me acoplaba a todos los cambios con tal de seguir sintiéndome bien. 

De repente hubo un cambio fuerte en nuestra economía y tuvimos que mudarnos y mi esposo cambió de trabajo y yo tuve que ayudar a sostener la familia ya que en aquel tiempo los dos hijos mayores estaban en sus estudios profesionales y el pequeño en la secundaria casi listo para la preparatoria. Así que trabajé primero en una tienda de renta de vestidos de fiesta donde duré casi un año pero de ahí me mandaron como asistente administrativa en un consultorio dental. Ya mi tiempo no era mío, lo había perdido apoyando a mi esposo. Por varios meses aguanté; pero poco a poco me sentía de nuevo mal; triste y sobre todo enferma, todo me caía mal.  Pensaba que era alguna enfermedad pero no era simplemente yo. Me estaba perdiendo de nuevo. 

Gracias a Dios mi esposo siempre me ha apoyado y cuando le dije que me estaba ahogando en lo que hacía y que quería buscar otras opciones él me dijo que hiciera lo que más me parecía; que si yo estoy bien todos en casa también lo estaríamos y así fue. Dejé ese trabajo y regresé a las clases al parque. Fueron tiempos muy difíciles donde el dinero tenía que estar bien cuidado así que procuraba ir en camión o de ride para no gastar la gasolina. Lo importante era no parar. Así estuve por un año hasta que una persona me invitó a ser parte de las maestras de DIF en San Nicolás. Es una institución que ayuda a la gente, pero más que nada a mujeres con todo tipo de problemas; donde ellos tienen locales o módulos que sirven para impartir clases para todas aquellas mujeres que necesiten tomar clases de bailoterapia, clases de manualidades o clases de superación, en fin. Yo entré como maestra de bailoterapia. Así seguí por 2 años hasta que me instruí y tomé certificaciones y talleres para estar más capacitada. Mis clases dieron fruto y un día mis antiguas amigas del parque me comentaron que no tenían maestra y que si yo podría darles clases. No lo podía creer, yo por supuesto dije que sí pero que tenía que esperar la autorización del municipio para que me dieran permiso de utilizar ese lugar. Efectivamente me llamaron para tomar esa plaza y dar las clases a las 7:30 a.m. No dejaba de agradecerle a Dios, era un sueño regresar a mis queridas clases y amado parque pero ahora como instructora. Fue difícil, claro que sí, era llegar a que me aceptaran y les gustara mi clase, estaban mis queridas amigas y las nuevas que no conocía, fueron muchos altibajos pero no paré, nunca dejé de creer en mí, me instruí , me capacité y aun lo hago.  

Desde entonces ya tengo 6 años ahí y también estoy en otro gimnasio desde hace 2 años y no he bajado la guardia ni la fé en lo que amo. Aun me parto en mil, con mi esposo, mi casa y sobre todo mis hijos que ahora son profesionistas y el más chico en sus estudios. 

Pero ahora ayudo a mi esposo en la economía de la casa haciendo lo que más me gusta. 

Lo que he aprendido, es que cuando algo no nos hace feliz, hay que soltarlo, pero lo más importante es no quedarse estancado, quejándose, porque no nos gusta. Hay que buscar y aprender cada día, solo hay que seguir adelante porque lo que es para uno tarde o temprano llega.

Yo empecé como alumna y más tarde, siendo instructora, no importa la edad y sigo al 100 y puedo dar clases no solo de ritmos sino de fitness y step.

¿Qué si se puede? ¡Claro que sí!

Nada es para siempre, entonces ¿por qué nos quedamos parados? 

Alejandra Salas

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