Los nuevos tiempos han traído consigo algunas posibilidades interesantes para las mujeres. La revolución feminista, que encuentra ecos en todo el mundo y en todos los estratos sociales es seguramente, la revolución social más importante del siglo –sin obviar las luchas del pasado–. A pesar de las diferencias que existen dentro del feminismo, mi utopía feminista es que no haya entre nosotras distinción de clase o de raza, sino una verdadera unión como mujeres –biológicas o asumidas– en pos de nuestros derechos.
Las revoluciones feministas, encontradas en la era digital, abren puertas que históricamente habían estado cerradas para nosotras. Específicamente, me refiero al ámbito literario y editorial. Las autoras hemos sido sistémicamente invisibilizadas. Todos conocemos a Sócrates, pero pocos sabemos que tuvo una maestra: Diotima. De Sor Juana, se ha querido contar una historia de alcoba, minimizando sus logros intelectuales y la censura que sufrió por parte de las autoridades masculinas de la época. Elena Garro era conocida por ser la esposa de… Nahui Olin, la amante de… Teresa de Ávila, la “santa”…. Ejemplos sobran para demostrar que el sistema heteropatriarcal propicia y promueve la obra de los hombres, pero entierra las obras de las mujeres.
Ante la cooptación de la cultura por parte de los hombres, hoy por hoy, las escritoras tenemos la posibilidad de autopublicarnos y autopromocionarnos con ayuda de los espacios digitales.
Como todo emprendimiento, la auto-publicación implica un gran reto. La escritura es, en sí misma, una de las catarsis más desgastantes que puede experimentar el ser humano. O por lo menos esta ha sido mi experiencia: no solamente por el compromiso psíquico con mis letras, sino por todo el trabajo que implica sacar adelante el negocio: de escritoras, pasamos a publirrelacionistas, diseñadoras, community managers, contadoras, fotógrafas y un largo etcétera.
Confesaré una situación personal: yo no dudé un segundo en publicarme a mi misma, no quería que la decisión de publicar mi libro quedara en manos de un tercero. Pero cuando tuve mi primera novela en mis manos, sufrí un severo ataque de ansiedad por todo lo que me di cuenta en ese momento, que implicaba mi decisión: había que promocionar el libro, asegurarme de que llegara a los lectores, salir a vender, recuperar mi inversión.
Pero durante esa experiencia emocional en que tuve sensaciones de miedo, autocrítica y verdaderos ataques de pánico, surgió un efecto positivo: el autoconocimiento, más creatividad y un nuevo libro.
Vacié en poemas todo lo que estaba sintiendo y, pasado el tiempo, me di cuenta que esos versos podían resonar en mucha gente que estaba hablando de sus propios estados ansiosos, sobre todo a raíz de la pandemia del Covid-19. Me decidí entonces a autopublicar un segundo libro: Poética de la Ansiedad, un poemario muy personal que espero acompañe a las personas que atraviesan por esta ¿enfermedad? No sé cómo llamar a la ansiedad, ni definirla, pero lo que sí sé es que todos quienes hemos pasado por esto tenemos la posibilidad de sanar.
Tampoco la quiero ver como una debilidad. La ansiedad habla de la capacidad que tenemos de sentir. Pero, sobre todo, nos enseña nuestra resiliencia ante un mundo en el que, hay que decirlo, tenemos que estar en pie de lucha por nuestros derechos laborales, por nuestros espacios culturales y por derechos tan básicos como vivir en seguridad; es parte del momento histórico que, como mujeres, nos está tocando vivir, es parte del reconocimiento de asumirnos como entes revolucionarios.
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Magdalena Pérez Selvas
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